Mordret estaba justo debajo de ellos, caminando hacia el gran vestíbulo de la sombría catedral a paso relajado. Por encima de sus hombros, una docena de cegadores orbes de luz flotaban en el aire, lanzando blancos reflejos sobre las oscuras piedras.
Sunny retrocedió en silencio, arrastrando a Cassie con él. Apretados contra la pared del fondo de la galería y ocultos con seguridad en las profundas sombras, se alejaron lentamente.
Abajo, las esferas de luz salieron disparadas de repente en distintas direcciones, iluminando gran parte de la oscura nave. Por suerte, su resplandor no alcanzó la galería oculta, aunque fuera por poco.
…Lo que sí alcanzó, sin embargo, fueron los cientos de fragmentos de espejo esparcidos por la vasta extensión de la sala inversa. Cada uno de ellos brillaba, reflejando la luz blanca.
Era como si innumerables estrellas se encendieran de repente en la oscuridad.
Sunny maldijo en silencio, sabiendo que aquellos fragmentos servían a Mordret como ojos. ¿Quién sabía cuántos más había ocultos por toda la catedral? Sin aminorar la marcha, desechó las Memorias que había dejado atrás, y continuó avanzando hacia el extremo distante de la vasta cámara circular.
El Príncipe de la Nada, mientras tanto, ladeó un poco la cabeza:
“¿Dónde se esconden? Me pregunto…”.
De repente, se vio rodeado por un torbellino de chispas blancas. Sunny no se entretuvo en ver qué Memorias invocaba Mordret, y en su lugar se concentró en alcanzar otra puerta.
Antes de que las chispas de luz se convirtieran en formas tangibles, Cassie y él ya habían abandonado la galería y se encontraban en otro pasillo.
Habían logrado dejar atrás el santuario y ahora se encontraban en la estructura principal de la Ciudadela. Era un espacio amplio y enrevesado, por lo que encontrarlos aquí no iba a ser fácil: desde donde estaban ahora, justo fuera de la nave, podían ir a cualquier parte del templo propiamente dicho, salir al anillo exterior o descender a cualquiera de los seis campanarios.
Incluso podían dar la vuelta e intentar ocultarse en el séptimo, el campanario principal, con la esperanza de que el demonio del espejo no esperara que regresaran.
Sin embargo, de algún modo, Sunny dudaba que escapar de Mordret fuera tan fácil.
Al fin y al cabo, los mórbidos restos de sus víctimas masacradas estaban a su alrededor. Ninguno de ellos había escapado…
Dudó un instante y luego tiró de Cassie en dirección al anillo exterior. Ésa era la parte de la Ciudadela que ambos conocían mejor, lo que constituía una importante ventaja. Por supuesto, el príncipe desterrado también lo comprendía, lo que significaba que lo más probable era que también se trasladara allí.
Era un riesgo que Sunny debía correr.
A fin de cuentas, su objetivo era escapar… y sólo podrían hacerlo alcanzando las puertas selladas del Templo de la Noche.
***
Pasaron unas horas llenas de miedo y tensión. Sunny y Cassie habían atravesado la estructura principal de la catedral, acercándose cada vez más al anillo exterior. Por el camino, hicieron un breve descanso, en parte para comer y reponer fuerzas, pero sobre todo porque sencillamente ya no podía caminar.
El agotamiento y el dolor estaban haciendo mella en Sunny. Al encontrar un lugar seguro, cayó al suelo y permaneció inmóvil durante un rato, respirando roncamente. Entonces, se despojó de la coraza de la Cadena Imperecedera, se subió la camisa que ocultaba debajo y exploró tentativamente la terrible herida que le había infligido Mordret.
El resultado no era demasiado bueno… Sunny no iba a morir pronto, pero tampoco iba a curarse con rapidez. Por el momento, estaba como lisiado.
“Maldición…”
Al menos no había muerto desangrado… eso ya era algo.
Volvió a invocar la coraza, luego abrió el Cofre Codicioso y sacó un par de tubos de pasta sintética. Los dos se apresuraron a consumir el nutritivo lodo, y luego, llegó el momento de volver a levantarse.
Antes, sin embargo, Cassie le tendió algo.
“…Toma. Coge esto”.
Sunny cogió el objeto y enarcó las cejas, reconociendo la forma. Era un pequeño trozo de acero frío, con forma de yunque.
Sin embargo, sus dedos notaban que no era nada sencillo. De hecho, parecía uno de los artefactos más potentes que jamás había sostenido…
“¿El amuleto de Welthe? ¿Cuándo lo cogiste?”
La ciega suspiró.
“Después de que abriera los ojos. Debería haber intentado alcanzar su cuerpo a tiempo. Si hubiera tenido más esencia, podría haber visto… podría haber hecho algo diferente…”.
Sunny vaciló un instante y luego arrojó el amuleto a las fauces del Cofre Codicioso.
“¿Por qué estás tan deprimida? Sí, puede que no hayamos conseguido deshacernos de ese bastardo, pero, por otra parte, lo hemos hecho mejor de lo que lo hicieron cien Perdidos y dos caballeros del Valor. No es tan mal logro, ¿no? Además, los planes de Mordret también están arruinados… puede parecer que tiene el control, pero créeme, ese tipo tiene tantos problemas como nosotros. Las cosas tampoco salieron exactamente como él quería…”.
La muchacha ciega permaneció en silencio unos instantes, luego asintió y le ayudó a levantarse.
Algo descansados, pero en absoluto exentos de agotamiento, siguieron avanzando, y pronto cruzaron al anillo exterior.
Cuando lo hicieron, sin embargo, Cassie se congeló de repente, y luego tembló.
Sunny se tensó.
¿Qué…?
Entonces, él también lo oyó: el insidioso sonido de pasos que se acercaban. Y un segundo después, la voz familiar de Welthe:
“Ahí estás…”
Apretando los dientes, Sunny agarró la mano de Cassie y echó a correr en dirección contraria.
‘Maldita sea, maldita sea, maldita sea…’
El pecho le ardía, palpitaba con un dolor insoportable. Se movían con toda la velocidad que podían reunir, pero ¿de qué servía? Un Maestro era mucho más rápido que un Despertado. Aunque Mordret no parecía tener prisa, el sonido de sus pasos se acercaba cada vez más.
Sin embargo, antes de que pudiera alcanzarlos…
Todo el Templo de la Noche tembló de repente, tirando a Sunny al suelo.
Una explosión de dolor irradió por todo su cuerpo, y un instante después, su Sentido de las Sombras ya no estaba constreñido por los muros exteriores de la Ciudadela. Atravesó la piedra negra y alcanzó fácilmente el vasto vacío que había más allá.
Sunny apretó los puños.
El sello… ¡se ha levantado!
…El Santo había llegado.
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