El Ocaso del Dios de la Ira – Capítulo 15
El viento soplaba con fuerza en la colina, arrastrando consigo las cenizas que caían como nieve oscura desde el cielo. A lo lejos, la aldea ardía. El resplandor anaranjado del fuego iluminaba el humo que cubría el horizonte, mientras los gritos de dolor y miedo se apagaban poco a poco, reemplazados por el rugido del mar y los pasos pesados de los invasores.
Lux se apoyaba sobre una roca, jadeando. Su cuerpo seguía débil por las heridas pasadas y por los días de recuperación, pero no podía rendirse. Loretta lo sostenía entre sus brazos, el rostro bañado en lágrimas, su voz temblorosa mientras le acariciaba el cabello.
“Resiste, mi amor… resiste… solo un poco más y estaremos a salvo,” murmuró, aunque ni ella misma creía esas palabras.
Pero su esperanza se quebró en un instante.
Detrás de ellos, el sonido del metal rozando las piedras retumbó como un trueno. Dos siluetas emergieron de la neblina y el humo: hombres corpulentos, cubiertos de tatuajes y cicatrices, con los torsos desnudos y las armas brillando bajo la luz del fuego lejano.
El primero, un hombre calvo con una enorme hacha al hombro, sonrió con los dientes amarillos.
“¿Qué tenemos aquí? Una mujercita bonita y un mocoso perdido. Qué suerte la nuestra.”
El otro, de barba espesa y ojos hundidos, sostenía una espada ancha manchada de sangre seca.
“El chico parece frágil… aunque quizás lo vendan bien en el mercado si sobrevive al viaje.”
Loretta retrocedió de inmediato, abrazando a Lux.
“Por favor… no tenemos nada de valor. Solo déjennos ir.”
El calvo rió con un gruñido gutural.
“Oh, todos dicen eso. Pero siempre hay algo que quitarles… una joya, un recuerdo… o algo de diversión.”
El aire se volvió más pesado. Lux apretó los dientes y, con un esfuerzo que parecía imposible, se separó de su madre y dio un paso al frente. Temblaba, pero sus ojos estaban firmes.
“¡No se acerquen a ella!”
Los piratas intercambiaron una mirada burlona.
“¿Y este gusano se atreve a levantar la voz?” se burló el del hacha. “No parece ni capaz de levantar un palo, y aún así quiere jugar al héroe.”
El otro rió.
“Deja que intente. Siempre es más divertido cuando creen que pueden ganar.”
“¡Les dije que no se acerquen!” rugió Lux, extendiendo los brazos para proteger a su madre. Su voz se quebró, pero la convicción era real.
Loretta lo sujetó por detrás, sollozando.
“¡Lux, no! ¡Corre! Por favor, corre…”
Pero él no se movió. La miró por un segundo, con una mirada llena de amor y desesperación.
“Si corro… ellos te matarán.”
El pirata calvo soltó una carcajada y de un salto descendió la pendiente, acercándose con lentitud.
“Entonces morirás con ella, pequeño héroe.”
El golpe llegó sin aviso.
El hacha giró en el aire, su hoja rozó el suelo y, en un movimiento brutal, el mango golpeó de lleno el costado de Lux. El muchacho salió despedido varios metros, rodando por la tierra áspera hasta chocar contra una roca. Tosió sangre y trató de levantarse, con los brazos temblorosos.
“¡No! ¡Por favor, no le hagan daño!” gritó Loretta, corriendo hacia su hijo.
El barbudo la interceptó, tomándola del brazo y lanzándola al suelo.
“Quédate quieta, perra, o será peor,” le escupió, riendo mientras ella gemía de dolor.
Lux logró incorporarse con dificultad. El costado le ardía, y un corte en su frente dejaba correr un hilo de sangre que le nublaba la vista.
“¡Déjala!” rugió, tambaleándose hacia el pirata del hacha. Levantó un puño débil, intentando golpearlo.
El pirata apenas lo miró antes de responder con una rodilla al abdomen. Lux sintió cómo el aire abandonaba sus pulmones y cayó de rodillas, jadeando con la vista borrosa.
El calvo lo tomó del cuello de la camisa y lo levantó a medias.
“¿Esto es todo? ¿Así proteges a tu madre? Patético.”
Lo arrojó de nuevo contra el suelo, donde el muchacho cayó pesadamente, arrastrando consigo una piedra afilada que le abrió una herida en el antebrazo derecho. La sangre brotó lentamente, empapando la tierra.
Loretta logró levantarse, arrastrándose hacia él.
“¡Déjenlo, por favor! ¡Llévense lo que quieran, pero déjenlo!”
El barbudo se agachó a su lado y le dio una bofetada que la hizo girar el rostro.
“Cállate, vieja. Si sigues gritando te cortaré la lengua.”
Lux, con la mirada nublada por la sangre y las lágrimas, reunió lo poco de energía que le quedaba. A duras penas logró incorporarse, tropezando hacia ellos.
“¡No la… toquen!”
El pirata calvo lo miró con fastidio.
“Ya cansas.”
Le dio un golpe directo en la cara con el mango del hacha. Un crujido sordo resonó; Lux cayó pesadamente al suelo, escupiendo sangre.
Loretta gritó con todas sus fuerzas. “¡LUX!”
Trató de cubrirlo con su cuerpo, pero el barbudo la apartó de un empujón. Su espalda golpeó una roca y la caja que llevaba en el pecho se soltó, rodando por la pendiente hasta detenerse a un metro del cuerpo ensangrentado de su hijo.
La caja rodó colina abajo y se detuvo cerca del cuerpo maltrecho de Lux. La tapa se abrió por el impacto, dejando ver en su interior una pequeña esfera translúcida que brillaba tenuemente bajo el reflejo distante de las llamas de la aldea.
Lux apenas podía respirar. Su visión oscilaba entre la negrura y los destellos rojizos del fuego. A su alrededor, las voces de los piratas se volvían ecos borrosos, distantes. Intentó mover un brazo, pero solo consiguió que un dolor agudo le recorriera el cuerpo.
Su sangre goteaba lentamente desde la herida del antebrazo, descendiendo por la pendiente hasta alcanzar la esfera. Las gotas tiñeron su superficie de un leve tono carmesí.
Y entonces ocurrió algo que nadie vio.
El brillo de la esfera aumentó por un instante, no lo suficiente para ser perceptible a simple vista, apenas un resplandor suave, casi interno, como una respiración contenida. Un fino hilo de luz, delgado como una hebra de aire, se desprendió del interior de la esfera y se deslizó hacia la herida abierta de Lux.
El contacto fue silencioso. No hubo zumbidos, ni vibración, ni sonido alguno.
Solo Lux, entre la frontera del dolor y la inconsciencia, sintió algo extraño recorrer su cuerpo: una calidez profunda, tenue y antigua, que parecía venir de muy lejos… y de muy dentro al mismo tiempo.
Su mente, casi apagada, no comprendió lo que sucedía. Lo último que percibió fue una sensación de alivio, una paz repentina, como si su cuerpo cansado hubiera encontrado un refugio por un instante.
La esfera, tras transferir ese leve fulgor, comenzó a perder su transparencia. Su superficie se agrietó suavemente, deshaciéndose poco a poco hasta convertirse en un fino polvo plateado que el viento de la colina dispersó sin dejar rastro alguno.
Loretta, con lágrimas en los ojos, aún intentaba arrastrarse hasta su hijo. Los piratas, distraídos buscando entre los escombros y las pertenencias caídas, no notaron nada.
Lux no volvió a moverse. Su cuerpo quedó inmóvil sobre la tierra manchada de sangre, mientras el silencio de la noche lo envolvía por completo.
La esfera ya no existía.
Cada Donación es un Gran Aporte Para Nuestro Sitio. Se Agradece.
Si realizas un aporte y hay más capítulos de cierta novela subiremos capítulos extras.
